11. Historias que resultan ser ciertas

G.J. Castro

 

El sonido del motor de la caravana rugía suavemente mientras avanzaba por las carreteras serpenteantes de Andalucía. La familia Madero se dirigía a Jaén, con la esperanza puesta en un milagro. Joaquín, el hijo menor, había sido diagnosticado con ALF, una nueva enfermedad, que parecía más obra de una maldición que de la genética. Afectaba sus funciones motoras y lo debilitaba día tras día. También tenía efectos adversos en su parte neurológica, disminución de memoria. Una transición vegetativa completa le esperaba. Habían oído rumores de un aceite de proveniente de un olivar muy especial con propiedades más curativas, mágicas y estaban dispuestos a intentar cualquier cosa.

Carlos Madero, de 30 años, se encontraba al volante, concentrado en la carretera para tratar de no prestar atención al maldito destino de su hermano menor. A su lado, su padre, Carlos Madero senior, de 65 años, que mientras se peinaba los 3 incipientes pelos en su calva, estudiaba un mapa antiguo, señalando las mejores rutas hacia su destino. En la parte trasera de la caravana, Clotilde Cáceres, de 68 años, acariciaba el cabello de Joaquín, su bebe de algo más de veinte años, mientras él miraba por la ventana, absorto en sus pensamientos, aun consciente de su futuro desleal con la felicidad.

«Cuenta una historia, mamá», pidió Joaquín con voz débil. «Algo sobre las plantas curativas, como solías hacerlo cuando éramos niños».

Clotilde asintió, aunque su mirada era triste. «Muy bien, Joaco. Te contaré una leyenda que me contaron en mi pueblo. Se dice que, en los antiguos olivares de Jaén, había un olivo que era centenario cuando aún ninguno tenía siquiera una decena de años de existencia. Le llamaban ‘Almiawia’. Este olivo producía un aceite tan puro que era hasta mágico, podía curar cualquier enfermedad».

«Dicen que hace muchos años, un joven campesino llamado Andrés descubrió que este árbol aún vivía. Su madre estaba gravemente enferma, y él buscaba desesperadamente una cura. Una noche, mientras caminaba por los olivares, vio una luz brillante emanando de un olivo. Se acercó y encontró una vasija de oro llena de aceite. Sin dudarlo, llevó el aceite a su madre y, al día siguiente, ella se levantó completamente curada».

Joaquín cerró los ojos, imaginando la escena quizás extrapolándola a su caso. «¿Crees que encontraremos ese árbol fantástico?», preguntó esperanzado.

«Tal vez no encontremos el mismo olivo, pero estoy segura de que en Jaén encontraremos algo especial», respondió Clotilde, aunque sus palabras carecían de convicción. Aunque el destino final del viaje era disfrutar de quizás el ultimo con el menor de la familia, aun todos guardaban esperanzas de conseguir algo en aquella tierra mágica que les hiciera conservar en condiciones favorables al pobre Joaquín.

La conversación fluyó suavemente mientras la caravana avanzaba. Carlos Jr. recordó otra historia sobre plantas curativas, arboles de oliva, una que su abuelo solía contarle. «un día un guerrero del imperio llamado Álvaro, bueno para aquella época Alvarus” sacando una risa a Joaquín -” estaba herido en una batalla. Sus heridas eran tan graves que nadie pensaba que sobreviviría. Alguien lo encontró y lo llevó a una cabaña. Allí, usó un menjunje aceitoso, hecho de aceitunas doradas, recogidas solo en noches de luna llena. Álvaro sanó rápidamente y regresó a su pueblo, convirtiéndose en una leyenda viviente». Así regresaras a la universidad hermano, dijo Carlos.

«¿Y crees que ese aceite existe de verdad?», preguntó Joaquín, con los ojos llenos de curiosidad.

«Quién sabe. Lo importante es que no perdamos la esperanza», respondió Carlos Jr. con una sonrisa alentadora, aunque una sombra de duda cruzó por su rostro.

A medida que se adentraban en los paisajes pintorescos de Jaén, la atmósfera en la caravana blanca se volvió más tensa. Los interminables campos de olivos se extendían hasta donde alcanzaba la vista, era un horizonte olivarezco pero había algo extraño en ellos. Las sombras de los árboles parecían moverse de manera inquietante y, en ocasiones, Clotilde creyó ver figuras extrañas entre los olivos.

Llegó la noche, y la familia descansaba en una parada aislada, habían llegado demasiado tarde a su destino, el sitio al que se dirigían ya había cerrado. Mientras en unas sillas improvisadas contemplaban la luna, vieron a un anciano con ojos desorbitados y una sonrisa siniestra. «El aceite no cura, el aceite mata», susurró antes de desaparecer en la oscuridad. La familia, asustada ingresó a la caravana para descansar y esperar al día siguiente.

Finalmente, se dirigieron al ‘Olivatorium’. El edificio, con su arquitectura moderna rodeada de olivares, parecía un santuario de esperanza. Pero había algo inquietante en el lugar. Las ventanas estaban oscurecidas y no había nadie a la vista. Al entrar, un médico alto y de porte sereno, el Dr. Alejandro Silva, los recibió en la puerta. Su mirada era tan fría como la noche en el desierto.

«Bienvenidos al Olivatorium», dijo el Dr. Silva con una voz tranquilizadora, pero algo en su tono hizo que la familia sintiera un escalofrío. «He escuchado sobre la situación de Joaquín. Aquí en el Olivatorium, hemos estado desarrollando un tratamiento experimental que utiliza aceitunas tratadas genéticamente, a partir de un extracto de un olivar milenario. Este aceite tiene propiedades únicas que creemos pueden ayudar en casos como el de Joaquín».

La familia fue conducida a una sala de tratamiento oscura, les extrañaba que, aunque no les habían presentado el caso de Joaquín el medico supiese los detalles.

El Dr. Silva explicó el proceso. «El aceite que usamos proviene de olivos que han sido cultivados y cuidados de manera especial durante siglos. Estos olivos tienen una conexión profunda con la tierra y el entorno, lo que les da sus propiedades curativas. Aplicaremos este aceite en un tratamiento confidencial». Carlos senior e hijo asintieron y aprobaron el tratamiento. Clotilde quería mejores explicaciones, pero no le importaba los posibles efectos con tal de que su hijo pudiese mejorar.

Joaquín se sometió al tratamiento, pero algo no estaba bien. Cada día, el Dr. Silva aplicaba el tratamiento y Joaquín comenzó a experimentar pesadillas y visiones aterradoras. Veía sombras moviéndose por las paredes, y el aroma del aceite se tornaba nauseabundo. La duración del tratamiento debía ser de algunas semanas, afortunadamente la familia no tenia necesidad de pagar hotel.

 

Una noche, mientras la familia estaba reunida en la caravana, el Dr. Silva apareció inesperadamente. «La cura no es lo que parece», dijo con una voz gélida. «El aceite de estos olivos… está maldito. Los antiguos lo sabían, pero nosotros, en nuestra arrogancia, creímos que podíamos controlarlo».

La familia se miró con horror, y antes de que pudieran reaccionar, el Dr. Silva sacó una pistola. «Ni Dios puede curar esta enfermedad», susurró antes de apuntar a Joaquín y disparar.

El sonido del disparo resonó en la pequeña caravana, y Joaquín cayó al suelo, su vida desvaneciéndose en un instante. El pánico se apoderó de la familia. Clotilde gritó y se arrojó sobre el cuerpo de su hijo, mientras Carlos Jr. y su padre intentaban desesperadamente comprender lo que había sucedido.

El Dr. Silva, con una expresión de absoluta indiferencia, volvió el arma hacia sí mismo y se disparó en la cabeza, su cuerpo desplomándose sobre el de Joaquín.

Gritos y llantos de impotencia. Carlos Sr. y Carlos Jr. intentaron consolar a Clotilde, pero la desesperación era demasiado grande. La tragedia que acababa de suceder los dejó paralizados, sin saber qué hacer. El olor del aceite maldito llenaba el aire, impregnando cada rincón de su ser.

En el silencio que siguió al caos, la familia Madero quedó atrapada en un abismo de dolor y desesperación. Los olivares, con sus sombras inquietantes, parecían observarlos, testigos mudos de la tragedia.

A medida que el sol se ponía, sumiendo todo en la oscuridad, la familia se aferró a la esperanza rota de un milagro que nunca llegó. La maldición del olivar había cobrado su precio, dejando a su paso solo tristeza y desolación. Y así, la leyenda del aceite de oliva, en lugar de ser una fuente de curación y esperanza, se convirtió en una advertencia sombría de los peligros que acechan en los rincones más oscuros de la naturaleza.

El problema es que Clotilde había obviado parte de la historia que conto. Así como en estos tiempos en los que la gente dice solo la parte que les conviene. Clotilde obvio que la madre de aquel campesino había los días siguientes asesinado al pequeño hijo de su vecina, y luego asesino a su propio hijo con un cuchillo con poco filo. Horas después se quitó la vida lanzándose de un risco.

Pensaba que eso era inventos de la gente, que la necesidad de asustar era la que llevaba a ampliar una historia en principio benévola.

Apareció en escena un grupo de sujetos vestidos con traje negro. Susurraban que el proyecto no seguiría adelante. El tratamiento experimental había acabado con su primera victima y con su enésimo descubridor. ‘Almiawia’ al final estaba maldito, en esa zona había algo malo, no se sabe qué tipo de energía negativa, de espíritus o combinación de ambos habitaba en aquella zona específica. Lo cierto es que ocurrían cosas, la gente enloquecía y cometía terribles crímenes.

La familia recogió el cuerpo de su hijo y se perdió en el horizonte, no se supo que ocurrió con ellos, ni con el resto de doctores de la empresa.