
08. Sueños de olivos
Cuando se presentó el sol de la mañana y los primeros pajarillos entonaban ya sus espectaculares trinos, el olivo comenzó poco a poco a desperezarse alborotando todo su ramaje y haciendo campanear a las aceitunas que se alojaban en cada rama.
– Para qué madrugar tanto ? – se preguntaban las descaradas olivas, aunque sabían que todos los días se cumplía la misma ceremonia y ellas repetían idéntica protesta tratando de incordiar al olivo para que les dejara amodorrarse un ratito más.
El olivo, algo enfadado, por tener que responder todos los santos días a la misma pregunta hizo oídos sordos y continuó como si no hubiera escuchado nada. Así día tras día pero aquella vez parecía que se trataba de otra cosa. Un enorme ruido invadió el olivar y sin tiempo a que se despertara del todo, vio aparecer unas enormes máquinas que no auguraban nada bueno.
– Empezaremos por los árboles que están lindando con el vallado e iremos avanzando en línea recta hasta acabar el trabajo – daba órdenes un personaje que aparentemente debía ser el que dirigía el tropel de hombres y máquinas que aparecieron.
No entendían nada ni el olivo, ni sus ramas y mucho menos las descaradas olivas que, eso sí, pararon enseguida con sus reproches y se mostraron muy preocupadas, tanto que comenzaron a cambiar su color verdoso por un tono más oscuro como queriendo pasar desapercibidas.
– Pero que está pasando ? – se decían unas a otras despertándose ya de manera más brusca.
Las máquinas continuaban con su ensordecedor ruido y atacando la primera de las oliveras que era una de las más jovencitas. Calculo que tendría unos cien años y había pasado todo su existencia, bueno los primeros dos años fueron ociosos, ofreciendo sus frutos todos los otoños con el cosquilleo de los vareos que les hacían caer en las cómodas redes que se recostaban a sus pies.
Siempre se preguntaban cuál sería su destino final, si llegarían a formar parte del aceite de oliva más refinado o si su destino sería ser aliñadas de mil maneras diferentes para el disfrute de niños y mayores. Ellas sabían que su destino era ese y lo asumían con toda la ilusión del mundo pues sabían que al año siguiente volverían a crecer nuevas aceitunas en las cada vez más viejas ramas del olivo.
Pero la aparición de aquellas máquinas y el espectáculo que contemplaron sobre las primeras oliveras les sobrecogió.
El primero de los olivos veía como era succionado por una máquina que parecía un dinosaurio tanto por su tamaño como por el aspecto aterrador que tenía.
– Este primero ya lo tenemos casi terminado – decía uno de los componentes de la cuadrilla destructora.
Habían arrancado el olivo con sus raíces intactas y se disponían a cargarlo en uno de los grandes camiones que les acompañaban en la operación.
– Tenemos que hacer lo mismo con cada uno de los olivos – recordaba el hombre que dirigía el grupo de hombres y máquinas.
Continuaron el proceso de arranque de olivos y emplearon todo la mañana y toda la tarde en acometer el trabajo hasta que la noche, que intentaba llegar, les hacía pensar que tendrían que continuar al día siguiente. El aspecto del olivar quedaba bastante desolador pues la mitad de los olivos ya no se encontraban en el lugar que habían ocupado y el resto se miraba aterrado y sin saber muy bien que hacer.
– Qué podemos hacer nosotros ? Hasta ahora nos cuidaban nuestros dueños y no nos habían avisado de todo esto que está ocurriendo – el murmullo se multiplicaba en la noche y nadie conseguía conciliar el sueño. Las aceitunas agazapadas entre las ramas ya estaban pensando en no repetir sus protestas al amanecer.
Al día siguiente volvieron a despertarse con el infernal ruido del día anterior. Nadie se atrevió a decir nada y el olivar enmudeció de tristeza.
Los hombres continuaron con el resto de los olivos y al llegar al olivo mayor, nuestro protagonista, se quedaron parados contemplando su asombrosa belleza.
– Este debe tener más de trescientos años, lo que habrá visto en toda su vida – comentó una de las trabajadoras que acompañaban al dirigente de la cuadrilla.
Como si el olivo hubiera entendido la observación, comenzó a agitar sus ramas de manera vigorosa para tratar de parar el «olivocidio» que, según él, se estaba cometiendo. Las aceitunas en las ramas se transformaban en diferentes colores acompañando el movimiento de las ramas con el fin de contribuir también a la llamada de atención que intentara paralizar el «crimen».
– No sé, pero parece que quisiera decir algo este viejo olivo – argumentó la misma trabajadora.
– Si, eso parece – afirmó el dirigente de la cuadrilla.
La máquina se aproximó al olivo y comenzó a desenterrarlo, estirando y estirando de las ramas, pero con un extremo cuidado como queriendo no hacer ningún daño al olivo.
El viejo olivo se rebelaba y empujaba con todas sus fuerzas en la dirección de sus raíces para intentar que nada le pudiera desalojar de su, como la llamaba él, casa.
Por fin, el viejo olivo sintió como lo elevaban mediante una de las máquinas y lo cargaban en el camión con el grupo de olivos que habían arrancado durante ese día y que había dejado el olivar desierto y huérfano de árboles.
El viejo olivo miró sus raíces y comprobó que no le faltaba ninguna y que estaban en un inmejorable estado o eso pensó porque realmente no las había vuelto a ver desde hacía más de doscientos años pues cada vez se habían ido escondiendo más y más bajo la tierra en la que se asentaba el olivo y solo era ya consciente de su existencia porque recibía su alimento día a día.
– Dónde nos llevarán ? – se preguntaban todos los olivos cargados en el camión. Parecía como si las aceitunas ahora se tornaban en lágrimas de ese color verdoso tan atractivo.
Los camiones emprendieron su marcha antes de que anocheciera y los olivos, y las aceitunas también, se dispusieron a descansar después del ajetreado día que les había tocado pasar y con una sensación de estar viviendo una auténtica tragedia o un mal sueño del que querían despertar.
El viaje fue bastante largo y los olivos se dieron cuenta que atravesaban inmensos campos y montañas haciendo alguna parada para que los conductores se tomaran un descanso y para reponer fuerzas.
– Ya falta muy poco para llegar – decía uno de los componentes de la cuadrilla «destructora».
Vamos a comprobar si los olivos van bien – indicaron verificando que el cordaje que sujetaba a los olivos estaba bien.
Los olivos, incapaces de defenderse de aquel atropello, asumían su destino fuera el que fuera y se plantearon disfrutar del que creían era su último viaje contemplando los campos y montañas que atravesaban.
También aprovecharon para limar asperezas y disculparse por pequeñas rencillas que podrían haber tenido entre ellos y reconocer que en algunos casos les pesó un poco de egoísmo.
– Siento mucho haber hecho más sombra sobre vosotros y que el sol no os llegara en condiciones – se disculpaban y reconocían sus errores.
De pronto los camiones realizaron un frenazo todos al unísono y se infiltraron en unos caminos fuera de la ruta de asfalto. Los olivos asomaron sus ramas y raíces para contemplar el lugar al que llegaban y su asombro no daba más de si.
– Pero si hay numerosos olivos en estos campos y todos lucen de maravilla – murmuraban y gritaban algo fuera de control.
A medida que se adentraban en los campos su estupor iba creciendo más y más y cuando pararon completamente los camiones, se hizo el más absoluto silencio.
En el momento que pararon los camiones, los olivos vieron aproximarse a dos figuras conocidas que alzaban sus brazos como si trataran de darles la bienvenida.
– Pero si son nuestros dueños, que significa esto ? – se decía el viejo olivo.
– Y a mi me ha parecido reconocer a algunos compañeros del olivar que estaban en estos nuevos campos perfectamente plantados – decía otro de los olivos algo más joven.
Los dos personajes que se aproximaban eran efectivamente sus dueños y corrieron para interesarse por el estado de los últimos olivos y transmitirles, si es que podían hacerlo, la felicidad tan enorme que sentían al recibirlos.
Comenzaron a hablar y, aunque los olivos no entendían nada, por el tono de voz que ponían intuían que se trataban de noticias muy agradables para ellos.
– Oh ! Mi viejo olivo, cómo te he echado de menos todos estos días – dijo la mujer con algunas lagrimas en su rostro.
– Nos avisaron de que las tierras en las que estabais iban a sufrir una transformación que empeoraría las condiciones de vida de vosotros y por ende de vuestras cosechas – ahora intervino el hombre.
– No nos quedó más remedio que hacernos con otras tierras mucho más fértiles y realizar un proceso de transplante de todos vosotros mis queridos olivos – mostró con gran alegría la mujer.
Al día siguiente los mismos operarios que había procedido a su extracción desde las tierras en las que algunos de los olivos habían permanecido hasta trescientos años, procedieron a realizar el transplante en las nuevas tierras.
Los camiones fueron distribuyendo los diferentes olivos sobre el campo procurando que quedaran cerca de sus anteriores compañeros que ya disfrutaban del trasplante.
Para el viejo olivo le habían reservado un lugar preferencial de manera que él pudiera contemplar todo el inmenso olivar y por otra parte que el resto de los olivos pudiera disfrutar de su grandeza.
Las aceitunas no cabían en sí de gozo y se prometieron no volver a incordiar al viejo olivo con sus protestas por despertar todos los días a las horas que disponía el tan querido olivo.