07. El primero de una gran estirpe

Carmen Sánchez

 

¡Quita de ahí viejo! Perdemos tiempo por tu culpa, ¿no ves que desconoces la nueva maquinaria? Nunca has querido ni rozar la vibradora no fuera se te desprendiera algo en las entrañas. Deja que los jóvenes trabajemos por ti… ¡Nunca serviste para nada!

Queréis que me aparte porque tenéis envidia, el manijero sabe bien mis cualidades y me tiene en buena estima.

Jajaja… ¿En buena estima dices? ¿Acaso crees que le importas algo? ¿Piensas tal vez que perteneces a su familia? ¡Olivo iluso!

¿Quién me protegía del frío y heladas cuando era joven, quién me da de beber cuando tengo sed y no llueve? ¿Cómo llamarías tú al que hace todo eso por ti, desagradecido?… Los jóvenes, que os creéis muy modernos, os apropiáis de un valor que decís yo no tengo. Pues os digo que valgo por dos: de mis aceitunas comen todos y es mi aceite del que beben las sartenes del cortijo. ¿Acaso podéis decir vosotros eso?… Cortados por el mismo patrón sois todos lo mismo. ¿Cómo te llamas tú?: “el que hace cinco en la segunda hilera que pega al carril”. ¿Y tú?: “el tercero de la hilera junto al menchón del repechillo”. Yo tengo nombre propio, con apellidos: “Picudo” me llaman, por ser mis frutos curvos y apuntados en pronunciado pezón. “Él Olivo Centenario”, de mí apostillan, y sí, mi familia me trata con esmero para no desgarrar mis raíces, ordeñando las aceitunas con sus propias manos, acariciando de paso mis ramas, a la antigua usanza. Y aunque hoy sea el único de mi estirpe por este lugar, de verdad os digo que mis flores tienen más capacidad germinativa que las vuestras y terminarán polinizando los campos, y aunque no queráis reconocerlo, mi descendencia ocupará un puesto relevante en estas tierras que hoy creéis vuestras.