04. Uno de los nuestros_2.0
Observaba por la ventana el ir y venir de aquellos centenarios árboles, una visión muy particular que solo un viaje en tren podía ofrecerle. Redondeadas colinas inundadas de retorcidas maderas con verdes adornos que le daban color a unas pálidas tierras, pero bellas a los ojos de la mayoría de personas que cómo ella sabía apreciar lo que en realidad era una seña de identidad.
La sobrevenida muerte de su padre le hizo regresar de su destierro, y su memoria, durante el trayecto, le hizo recordar aquella lejana niñez en aquellas tierras olivareras, en las que no tuvo más remedio que lidiar con las viejas tradiciones del verdeo. El recuerdo era feliz a la vez que nostálgico, y por otro lado el presente le dejaba un mal sabor de boca por el cómo y el por qué tuvo que dejar aquellos viejos campos, unos terrenos tocados por la mano de Dios para brindarle al pueblo el aceite, oro líquido, como suele llamarlo la gente, un insuperable manjar que tantas y tantas comidas regaban por todos los confines del mundo…